VUELTA A LA NORMALIDAD

Andaba yo sorprendida por el fenómeno del Mundial de fútbol y por esa explosión de orgullo patrio que ha invadido a la población (ni Polanco ha podido resistirse y se ha hecho fuerte en la Plaza de Colón bajo la otrora criticada bandera gigante), la cosa me agradaba, para qué nos vamos a engañar, la sensación era nueva y ya nadie se sorprendía ni te miraba raro porque, orgullosa, mostraras la enseña nacional (española, quiero decir, para que no haya confusiones) en sus más variadas formas y en los lugares más insospechados. Ya no eras facha sino que te dejabas llevar por la corriente de pasión a la que te arrastraba la Selección de fútbol.

Todos sacaban pecho, sólo unos pocos cautos andaban mirando con el rabillo del ojo a nuestros rivales, no importaba que nos tocaran los equipos más potentes, íbamos a proclamarnos campeones del mundo por la puerta grande, derrotando a los mejores. Cuando nos lo proponemos, podemos con todo decían los más optimistas y defensores de este repentino orgullo patriótico. Digo yo que campeón es el que gana los partidos que tiene que disputar y si los contrarios son más asequibles,mejor que mejor que tampoco hace falta irse chuleando. Pero, como siempre, no pudo ser. Encima tuvo que ser Francia la que arrebatara nuestros sueños, la que quebrara nuestras ilusiones, la que nos devolviera a la vida terrena. La odiada Francia, la que en otros tiempos nos hacía la vida imposible protegiendo a los terroristas etarras y hoy no da un duro por el éxito de ese mal llamado proceso de paz. ¡Aguafiestas!

Dentro de poco, todo volverá a ser como antes, nos volverán a llamar fachas a los que portemos orgullosos la bandera de España, la fiebre patriótica toca a su fin. Dice el refranero que no hay mal que por bien no venga pero a la vista del panorama que se nos avecina (negociación con los asesinos en breve) prefiero pensar que es más acertado eso de que, gracias a Dios, no hay mal que cien años dure... ni cuerpo que lo resista.